Otra vez, sí, los gritos. ¿Los gritos? Bueno, acaso sólo el ardor de una recriminación desatada. Prefirió quedar en el descansillo de la escalera y esperar. Al rato, se hizo el silencio. No quería averiguar qué había ocurrido esta vez, cuáles eran los estragos. Cuando entró en la cocina faltaba uno de ellos. Se preguntó en qué rincón de la casa estaría sorbiendo sus lágrimas.
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