Hay una oración de la liturgia de las horas en la que se implora a Dios para que nos conceda “aun aquello que no nos atrevemos a pedir”*. Sorprendente, y maravilloso. ¿Cuáles podrían ser esas cosas que no nos atrevemos a pedir de modo que sólo podamos esperar recibirlas de él mediante el rodeo de decirle que, también eso, lo que no osamos pedirle, nos lo dé? Esta oración, además de expresar una suma delicadeza ante Dios, un respeto profundo, ¿no nos invita también, aunque sólo lo haga muy sesgadamente, al atrevimiento, como si Dios se expresase en estos términos: “Confía en mi amor, hijo mío. Puesto que quieres amarme más de lo que me amas, destierra de ti el temor y sé osado, háblame con franqueza, con total libertad. Que tu reverencia hacia mí no ahogue tu familiaridad conmigo. Soy tu padre: habla claro y pídeme eso que no te atreves a pedirme”? De esta guisa, sería Dios siempre el único verdaderamente “atrevido”, el que nos estaría urgiendo una y otra vez a serlo también nosotros, atrevidos, pues esto significaría que nuestra confianza en él, nuestro amor por él, serían todo lo grandes que él quiere que sean. Lo amamos mucho, luego nos atrevemos mucho. Dios nos quiere así, atrevidamente amantes, amorosamente atrevidos.
*Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificencia de tu amor sobrepasas los méritos y aun los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
3 comentarios:
Vaya, a mí también me llamó la atención la frase, hace unos años: aquí.
;-), me encanta, no hace falta ni verbalizar... ni formular siquiera. Qué tranquilidad. Qué bien- Uf.
Supongo que uno tiene miedo a pasar de atrevido a insolente. Da miedo, no me digas.
Pero te llena de paz, es cierto: "para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir".
A veces la liturgia nos da las palabras que no nos atreveríamos a pronunciar.
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