miércoles, 10 de junio de 2009

Jesús

Les extraña a los alemanes que aquí, en España, utilicemos el nombre de Jesús para nombrar a tantos y a tantas: a lo largo y ancho de nuestra geografía se cuentan por miles los que se llaman Jesús y Mª Jesús. Para ellos, tal nombre sólo puede llevarlo el hijo de María y de José, hombre único que, por ser quien fue y quien es, merece que sólo él y nadie más que él sea nombrado así, Jesús. Es como si, de la misma manera que el Señor dijo “no llaméis a nadie ‘Padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo” (Mateo 23, 9), entendieran nuestros vecinos germanos que lo mismo habría que hacer con el nombre de Jesús. Una razón con fundamento, desde luego.
Pero creo yo que tampoco carece de fundamento ni deja por eso de ser razonable nuestro uso hispano. Hay en él, en las antípodas del alemán, otro sentido del homenaje con respecto al nombre de Jesús: si los primeros lo reservan en exclusiva para quien fue y es insuperablemente excelente, los segundos, nosotros, lo desparramamos sobre muchos y muchas en razón de esa misma insuperable excelencia, para quedar animados, protegidos, impulsados por ella. Si Cristo no retuvo nada para sí, pues lo dio todo, ¿por qué no había de dar, de darnos, también su nombre, el dulce nombre de Jesús?
Ambas costumbres se complementan de manera perfecta, basándose en lo mismo, el amor a Jesús: que nadie sino él, por ser quien es, se llame Jesús; que muchos, por haber sido él quien fue, se llamen Jesús, como se complementan el silencio y la palabra.