“Cada vez más feo y más antipático”. Él mismo lo
había confesado por lo que no cabía recordárselo, salvo que, en pleno calentón,
uno se lo reprochase abiertamente después de haber sido víctima de su
antipatía. Se había embrutecido, vuelto más hosco, y apenas quedaba nada de sus
buenos modales. Todos creían que la causa de este cambio era los problemas a
los que había tenido que enfrentarse en los últimos años, no menores
ciertamente. Lo único que cabía esperar es que el paso del tiempo, una tras
otra, fuese cerrando todas sus heridas. Sin embargo, después de dos años en los
que había gozado de una razonable felicidad, no se advertía ningún cambio,
salvo que hubiese comenzado en lo más profundo de su ser y necesitase todavía
más tiempo para que saliese a la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario