¡Pues vaya con su cuello de toro! Era recta la
línea que lo conducía hasta la oreja. A los hombres les resultaba abrumador y a
las mujeres excitante. Él, sabedor del asunto, se desbravaba poniendo caras
lánguidas y suspirando como un doncel. Y a otra cosa, mariposa, que no estaba
él por la labor de ser centro de nada, y mucho menos por un azar cuelleril.
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