jueves, 10 de enero de 2019

El olvido de la deuda

Trabaja para una empresa de envíos de paquetes y un buen día, tras dejarme un pedido de Amazon, me dijo si podía prestarle treinta euros. Llegó a ofrecerme su DNI como garantía de confianza. Apenas dudé y se los di sin que me quedase ninguna mosca tras la oreja. Después pasó el tiempo y él no hizo acto de presencia para devolverme el dinero. Un día comenté el incidente cuando estaba con mi familia tomando algo y mi cuñada me informó de que el tipo en cuestión había hecho lo mismo con otras personas. No sé si mi deudor llegó a pensar que no volvería a verlo, pero el caso es que, dado que cuando lo necesito compró cosas a través de Amazon, el mensajero volvió a verme una vez, y otra, y otra… En cada ocasión me prometía que no tardaría nada en saldar la deuda, pero esto se posponía una y otra vez. Un día me enfadé porque me había cansado de tanta dilación y le dije que prefería que fuese honesto conmigo y me dijese que no podría devolverme el dinero a que hiciese promesas de hacerlo para incumplirlas de continuo. Mis palabras surtieron efecto y en la siguiente ocasión me devolvió los treinta euros. La deuda quedó cancelada a todos los efectos. No quedó en mí ningún tipo de recriminación. 
Nos seguimos viendo más veces, cuando le tocaba traerme algún pedido, y siempre me pareció que le resultaba embarazoso tener que volver a verme. A mí me hubiese gustado que se sintiese absolutamente cómodo porque ya no había ningún asunto pendiente entre nosotros. Yo lo había perdonado y no albergaba hacía él ningún tipo de reproche. Justo entonces me di cuenta de que el efecto del perdón no se consuma hasta que, no sólo el ofendido sino, y sobre todo, el ofensor olvida también la ofensa. Sólo así la paz vuelve a ser completa.

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