Después
de vagar por India, Rumanía, Argentina o Islandia, pongamos por caso, en mis
noches de cine, viendo magníficas películas, necesito un chute de cine
americano, ése que sólo saben hacer ellos, espectacular, entretenido, asombroso
en muchos sentidos. Aquel vagar pone en mi pantalla historias que quieren ser
sobre todo paisajes del alma, adentramientos en el corazón de lo humano, a las
que acompaña siempre cierta morosidad. Sin ellas yo no podría vivir como
espectador de cine (ni como ser humano), pero si enlazo varias de ellas llega
un momento en que necesito salir de tales profundidades y buscar el aire, otro
tipo de narración, la americana, vaya. Sólo esta industria (en la actualidad
muchísimo menos, claro; su edad no es ahora, no ya la de oro, es que ni la del
bronce) sabe combinar lo hondo y lo ligero en productos que satisfacen a un
tiempo tus deseos de evasión y de conocimiento. Money Monster, de Jodie
Foster, por citar sólo una, es un ejemplo perfecto. Está todavía muy caliente
en mi retina.
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