He terminado de leer La historia del arte, de E. H. Gombrich, un libro espléndido que me
ha dejado henchido de grandes emociones. En estas ocasiones, que no son muchas,
uno no sabe qué debe hacer una vez
terminada la lectura. Le parece que la traiciona si enseguida comienza la de
otro libro -de hecho es lo que estoy haciendo- y no deja un tiempo para que
aquellas emociones lo remuevan a uno y hagan su trabajo. El gran espacio
interior que ocupan dentro de uno parece reivindicar poder gozar de él no un
tiempito sino uno más prolongado, días quizás, en los que el libro estaría
presente de una manera u otra antes de ser desplazado por el siguiente. Sin
embargo la máquina lectora quiere continuar con otro, que viene pidiendo paso.
Se da aquí un dilema que a mí se me ha planteado varias veces: ¿estar con unos
cuantos libros toda una vida (como Heidegger, de quien dice Julián Marías en Una vida presente: “Era hombre de no
muchas lecturas aunque muy hondas y reiteradas”) o leer uno tras otro hasta que
la vida acabe? De momento tengo claro que prefiero lo segundo y así seguiré
mientras un verdadero interés no me
haga cambiar el rumbo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario