Hay que poner nombre a la bolsa que se desliza empujada por el viento,
a la mujer que remolca su gordura hasta el automóvil que la espera,
al joven que sale seguro de su coche con toda la vida por delante,
a la somnolencia mía que no quiere ser vencida por el sueño,
al clip que saco de una caja plateada para prender unas estampas,
a las nubes que hoy por fin nos protegen del sol,
y a estas palabras que hoy no saben amañar más que su pobreza.
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