Estad “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”, leemos en 1 Pe 3, 15.
Sí, y tantas veces no será esa razón más que el balbuceo ininteligible de un cristiano tímido, o el exabrupto de un cristiano susceptible, o la sentencia inapelable de un cristiano magisterial, o el quedarse sin palabras ante un no saber qué decir de un cristiano dialécticamente inhábil, o el grito de un cristiano sanguíneo que quiere así dar más fuerza a su argumento, o… ¡cuántos “o” se podrían añadir aquí! No, no tendremos siempre a mano una razón perfecta y redonda que, por nuestra boca, salga como palabra igualmente perfecta y redonda. Cada cristiano dará la razón que pueda dar, y Dios tampoco le pide otra cosa, es más, justamente le pide sólo ésa, justamente ésa que sólo él puede dar, tan suya, acaso pobre, insuficiente, inhábil, balbuciente unas veces, acaso demasiado defensiva y abrupta, gritona y sentenciosa otras. Porque “al creyente que razona, dice Henri de Lubac, no se le ha prometido ser siempre lógico riguroso, ni hábil analista, ni sabio perspicaz, ni profundo filósofo. Aun siendo buen razonador, su técnica puede ser defectuosa. No es cosa que avergüence hacer esta confesión” (Por los caminos de Dios). Sí, es muy fácil comprobar día a día cuán defectuosa puede ser nuestra técnica. Pero también este logos imperfecto y tan poco sabio de tantos cristianos cumple su papel, acaso tan fecundo o más que el de los teólogos más geniales. ¿Qué sabemos nosotros acerca de todos los millones de razones y de logos que cada día ponen sobre el mundo cristianos de todo pelaje y condición, que, acaso muy incompetentes en su forma, no lo son en su fondo y dan así un fruto magnífico?
Sí, y tantas veces no será esa razón más que el balbuceo ininteligible de un cristiano tímido, o el exabrupto de un cristiano susceptible, o la sentencia inapelable de un cristiano magisterial, o el quedarse sin palabras ante un no saber qué decir de un cristiano dialécticamente inhábil, o el grito de un cristiano sanguíneo que quiere así dar más fuerza a su argumento, o… ¡cuántos “o” se podrían añadir aquí! No, no tendremos siempre a mano una razón perfecta y redonda que, por nuestra boca, salga como palabra igualmente perfecta y redonda. Cada cristiano dará la razón que pueda dar, y Dios tampoco le pide otra cosa, es más, justamente le pide sólo ésa, justamente ésa que sólo él puede dar, tan suya, acaso pobre, insuficiente, inhábil, balbuciente unas veces, acaso demasiado defensiva y abrupta, gritona y sentenciosa otras. Porque “al creyente que razona, dice Henri de Lubac, no se le ha prometido ser siempre lógico riguroso, ni hábil analista, ni sabio perspicaz, ni profundo filósofo. Aun siendo buen razonador, su técnica puede ser defectuosa. No es cosa que avergüence hacer esta confesión” (Por los caminos de Dios). Sí, es muy fácil comprobar día a día cuán defectuosa puede ser nuestra técnica. Pero también este logos imperfecto y tan poco sabio de tantos cristianos cumple su papel, acaso tan fecundo o más que el de los teólogos más geniales. ¿Qué sabemos nosotros acerca de todos los millones de razones y de logos que cada día ponen sobre el mundo cristianos de todo pelaje y condición, que, acaso muy incompetentes en su forma, no lo son en su fondo y dan así un fruto magnífico?
2 comentarios:
He acudido a tus fotos, y Suso, me has dejado realmente impresionado.
Están muy vivas.
Sobre la entrada de hoy, personal y viva.
Me chocan algunas cosas, pero ese soy yo.
Un abrazo.
Sumo gracias a las gracias, Javier.
Un abrazo.
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