“Fuego soy apartado, y espada puesta lejos”, dice la pastora Marcela en El Quijote. Así quiero tener yo a Bloy con respecto a mí, como fuego, pero un poco apartado, para que me ilumine sin quemarme, como espada, pero un tanto lejos, para que su filo relampaguee sin cortarme. Acaso la quemazón y el corte serían beneficiosos para mí, me harían un daño saludable, pero, ¡ay!, la duda persiste. Demasiado abismal, demasiado selvática su entrega al sufrimiento: mi sensibilidad no lo soporta. Sé que lo hizo por amor a Cristo, por amor a María, que es necesario que haya hombres y mujeres que, llevados de un amor colosal al Siervo Sufriente de Yahvé, completen lo que falta a su pasión. Sin ellos, la obra redentora se vendría abajo, no continuaría, todo quedaría falseado. Todo esto lo sé… Pero hay estilos, otros estilos. El de Bloy me lastima y me confunde. No puedo tenerlo por eso en la cocina de mi casa, con Chesterton y Péguy y Bernanos y Lewis y tantos otros. Eso sí, le reservo una muy cómoda habitación, aunque un poco apartada.
4 comentarios:
Menos en lo de las caricias del Léon, estoy muy de acuerdo con esta entrada. Qué grande es Bloy, pero qué tremendo. Por suerte en la casa del Padre hay muchas moradas y en su biblioteca numerosas estanterías. Cabemos todos estupendamente. Gracias por la entrada.
Caricias hay en los diarios, textos de una ternura extraordinaria. Espero poder enviarte alguno.
Gracias a ti, Enrique.
No te molestes, Suso, en mandarme los extractos. Estoy también metido en los Diarios. Quizá me expliqué poco. Su ternura también es tremenda, y duele tanto o más, y exige, quería decir. Abrazo.
Bloy, es enorme.
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