El completar “lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1, 24) adquiere en Bloy una crudeza insoportable. El autor francés se tiró de cabeza, de corazón, de espíritu, en ese “lo que falta”. Pidió ser clavado con Cristo, pidió llorar con La que llora (así se titula uno de sus libros, dedicado a la Virgen de La Salette), y obtuvo el “hágase”. Confieso que me da miedo, que casi me espanta, o sin el casi, esta generosidad extraordinaria de Bloy. Un texto entre muchos: “He sufrido voluntariamente y por formal promesa, desde hace unos treinta y seis años, mucho más de lo que puede imaginar usted, mucho más de lo que haya dicho o escrito, y no quisiera, por todo el oro del mundo, no haber tenido esta vida terrible que me ha puesto en el umbral de la Alegría” (Diarios, 27 de febrero de 1911). Yo aquí no hago pie, porque, ¿quién hace pie en un abismo, abismo de amor y dolor en este caso? Mierdecilla que es uno al lado de esto, claro.
3 comentarios:
Muy enigmático Suso. Yo tampoco hago pie.
Un abrazo.
Me he lanzado a leer los Diarios en francés, empezando por El mendigo ingrato (por cierto, están todos en
Gallica y ayer leí esto (traduzco a mi manera):
23 de enero de 1894: La Iglesia hace hoy memoria de la Oración de Jesús en el Huerto: Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que lo beba, que se haga tu voluntad ...[lo cita en latín: Pater mi, si non potest hic calix transire nisi bibam illum, fiat voluntas tua].
Repito, como puedo, esta oración terrible que me hace temblar, y noto un poquito el Miedo misterioso del Maestro: comenzó a temblar [coepit pavere]
¡Ay, ay! Entre temblores y temores, con la Alegría al fondo, a veces demasiado al fondo, del todo invisible, se cuece la salvación... Sea. Hágase.
Gracias, Ángel.
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