¡Cómo amo el silencio habitado no más que por los sonidos de la vida cotidiana! Sí, su música desacordada, sin diapasón: voces de niños, botellas que caen en el contenedor de vidrio, el zumbido del ordenador, puertas que se abren y se cierran, los coches que pasan, el teclado, mi respiración, el teléfono... ¡Con qué dignidad ambientan la vida estos sonidos tan amados, tan dejados a su aire! No me dejéis, no, y haced bullicioso el silencio mío.
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