jueves, 20 de abril de 2017

Y dale con el Purgatorio

Con el libro Retrato de Marta Robin, de Jean Guitton, se confirmó una vez más lo que ya comenté aquí en alguna ocasión: que Dios, a través de los libros, termina por aclararme cuestiones que han estado bullendo dentro de mí durante un tiempo, un tiempo que casi siempre se cuenta por años, dándole algún tipo de respuesta o solución. En este caso se trata del Purgatorio, palabra que me horroriza, como a Marta Robin (casi merece que la llame Marta Robin Hood, por esto y por otras muchas cosas maravillosas de su vida). Pero escuchémosla a ella: “No me gusta el término purgatorio; me hace pensar en las purgas que me daban de niña. El Purgatorio no es una purga. Es algo grande y serio, yo diría una cosa noble. Son sufrimientos, pero sufrimientos de amor, de verdadero amor, de puro amor (…) Se debiera llamar ‘purificatorio’ Todo debe ser purificado” (las cursivas son del autor). “Purificatorio” está mucho mejor, desde luego, pero sigue sin ser una palabra bonita, como lo es la palabra “Cielo”. Yo, para mi uso particular y en ocasiones no tan particular, echo mano de la expresión “cuarto de baño” cuando quiero referirme a él. Pero no es sólo la palabra distinta que propone Marta sino también lo que dice de ese “casi cielo” en el que están los que están siendo purificados. Y, páginas más adelante, lo que añade monsieur Guitton en un registro ya conceptual, filosófico y teológico es la guinda del pastel: “Había intentado concebir qué experiencia de la duración podía tener ‘un alma del purgatorio’, pensando que esta experiencia permitiría profundizar el misterio del tiempo. Aquél es un tiempo sin tiempo. Un progreso sin riesgo, una purificación sin tormento, un sufrimiento sin rebelión y, por tanto, un dolor junto con la dulzura; un tiempo sin riesgo, ni incertidumbre ni angustia, un tiempo sin avidez, en el que no cabe el pesar por el pasado ni el temor del futuro; un tiempo sin libertad de elección ni de caída, un tiempo sin más, el puro tiempo. Desaparecido ese lastre sombrío de lo que no volverá jamás (el pasado); sin aparecer el horizonte ambiguo del porvenir. Tiempo en el que cada parte desemboca en otra parte mejor por disminución del plazo, por acrecentamiento de una esperanza cierta” (las cursivas son del autor).

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