viernes, 4 de septiembre de 2015

Los "calores" de Sevilla

“Una enfermedad bien administrada es mejor que una canonjía”, comentó mi tío Luis, mercedario en Sevilla, pensando en sus dos compañeros, “dos maulas”. El mes de agosto lo pasó con nosotros, quince días aquí, con su hermana Pilar, mi madre, y la otra quincena con su hermano Darío. El verde ante los ojos, que tanto añora, el aire fresco y el cariño y la escucha que recibe de su familia reponen sus fuerzas. El mes de julio lo había dejado exhausto. Se sumaron su insomnio, el calor terrible, sus 87 años y la maulitis de sus hermanos de la Orden de la Merced. Allí calla para no armar guerra pero con nosotros se desahoga. Se quejó, por ejemplo, del magro por no decir nulo resultado de las visitas que los superiores realizan a las casas mercedarias, pues no averiguan con antelación ni in situ los problemas que hay en ellas para intentar solucionarlos. “Siendo así las cosas no me extraña que no haya vocaciones”, dice. “Aquí demuestra Dios su sabiduría. Él sabe lo que hace. Mientras no cambien las cosas es mejor para los jóvenes que no entren en la Orden”. El problema es más complejo, claro, y él lo sabe, pero no estaba ante un comité científico analizando un problema sino con los suyos, desahogándose. Mi madre le recordó entonces la obra de misericordia que venía al caso: “Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestro prójimo”. Y antes de que terminase mi madre su enunciado mi tío se unió y lo acabó con ella. “En eso estamos”, concluyó.

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