“Cualquier pecado o blasfemia serán
perdonados a los hombres, dice Jesús en el evangelio de Mateo, pero la
blasfemia contra el Espíritu no será perdonada” (Mateo 12, 31). Pero entonces
tiene que tratarse de una blasfemia de la que no pueda arrepentirse el hombre y
pedir perdón por ella, un pecado por tanto en el que la persona queda por
completo aherrojada, identificada con él de modo absoluto, sin vuelta atrás. Si
ha llegado a este extremo ha llegado a entonces a la auto-condenación, que es
aquel estado en la que el hombre se encierra por completo en sí mismo, se
excluye para siempre del alcance de la gracia y rechaza a Dios por toda la
eternidad. Blasfemar contra el Espíritu es en consecuencia gritar un horrísono
“¡Vade retro, Espíritu, nada quiero ver contigo, me alzo contra ti y conmigo me
basto!”
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