jueves, 5 de febrero de 2015

Igualar las suertes

¡Qué torturante es la desigualdad entre los destinos de las personas, de las generaciones, de los pueblos! Buena fortuna para unos, mala fortuna para otros, a ratos buena a ratos mala para otros tantos; pueblos libres y pueblos esclavos; generaciones florecientes y generaciones masacradas; niños que llegan a vivir noventa años y niños que se mueren de hambre nada más nacer; hombres mecidos por la felicidad y hombres que sufren las torturas más salvajes; los que, a tiempo, escaparon de la Alemania nazi y los que no pudieron escapar; los que acabaron en el gulag y los que se libraron de él; los que lloraron siempre y los que casi siempre sonrieron; los aterrados por crueles enfermedades y los que no pillaron ni un resfriado en toda su vida; los que pudieron ser lo que quisieron ser y los que, perdiéndose, no acertaron a serlo; los culpables que no fueron inculpados y los que, siendo inocentes, sufrieron la pena capital. ¿Por qué no fui un judío buscado, atrapado, transportado, internado, esclavizado, muerto? “¿Por qué a mí?”, gritan unos. Los otros, en cambio, no gritan “¿por qué no a mí?” El peso de la eternidad tiene que remediar todo esto, tiene que igualar las suertes en un destino final de dicha absolutamente reparadora, para que todos entendamos y aceptemos.

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