viernes, 13 de febrero de 2015

Desnudado por la cámara

Le pedí a una persona amiga que me hiciese unas fotos que necesitaba. Estábamos en su casa. Para que me relajara y me encontrase a gusto delante de la cámara, empezó a hacerme preguntas sobre mi vida, preguntas en verdad íntimas y que yo contesté con algo de apuro pero al mismo tiempo completamente confiado; me sentía “amistosamente” atrapado bajo el foco de la cámara que ella manejaba, siervo de ella, de ellas debiera decir, que se había adueñado de la escena. Lo que nunca jamás me hubiera preguntado en cualquiera otra situación, lo hizo ahora, como si en la cámara encontrase al mismo tiempo una excusa y un aliado; yo, que no veía su cara, me sentía impelido a responder como si estuviera bajo las órdenes de un interrogador profesional a cuyos pies caían los cerrojos de mi intimidad. Entre la perplejidad y el contento, la situación se prolongó mientras duró la sesión de fotos. Todo fue extrañó y al mismo tiempo ligero, sin tensión. Nunca hubiese imaginado que X, tan celosa de su intimidad, acertase a desnudarme con la ayuda de una cámara. Con razón se negaban los nativos de ciertas tribus a ser retratados, temiendo que las fotos les robasen el alma.

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