miércoles, 4 de septiembre de 2013

Dotación y vocación

Hablando de Goethe, escribe Ortega y Gasset: “Ciertamente, sería un error fundamental creer que la vocación de un hombre coincide con sus dotes más indiscutibles (...) A veces, la vocación no va en el sentido de las dotes; a veces va francamente en contra” (Tríptico).
Me chocó esta afirmación la primera vez que la leí. Releída, me choca menos, si bien uno agradecería que Ortega hubiese esclarecido la cuestión citando el ejemplo de algún personaje en el que se hubiese dado tal circunstancia. Bueno, sí cita uno, el mismo Goethe, del que dice: “Hay casos -como el de Goethe- en que la multiplicidad de dotes desorienta y perturba la vocación; por lo menos, aquello que es su eje”, pero uno querría un ejemplo todavía más claro, o completamente claro. A poco que lo piense uno, sin embargo, enseguida le vienen a la cabeza personas que escriben muy bien, que cantan muy bien, que pintan muy bien y que no son sin embargo ni escritores, ni cantantes, ni pintores vocacionales. ¿Cuántas veces no hemos estado ante personas así y les hemos preguntado, o les han preguntado otros, “oye, ¿y tú por qué no te dedicas a escribir, a cantar, a pintar? Tienes dotes para ello”? Exceptuados los casos de vocaciones que no pudieron desarrollarse por cualesquiera circunstancias, parece que tenemos que coincidir con Ortega en que la dote no siempre trae aparejada la vocación. Otro tema es si uno puede estar vocado a algo sin que esté dotado para ello. La lógica impide que respondamos afirmativamente, la misma que está detrás de la plegaria que San Agustín dirigía a Dios: “Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”.
Juan Luis Ruiz de la Peña (1937-1966), que fue mi profesor de antropología teológica en Salamanca y director de mi tesina, tras ordenarse sacerdote en 1961 hizo a la par dos cosas en Roma: doctorarse en teología en la Universidad Gregoriana y completar sus estudios de música en el Pontificio Instituto de Música Sacra, especializándose en piano y órgano, donde obtuvo, si mal no recuerdo, la medalla de oro. Excelentemente dotado tanto para la teología como para la música, se dedicó a la primera con excelentes resultados. Sin embargo, cuando lo acompañé en mi último año en Salamanca a la estación de autobuses en la que cogería el que lo llevase a su queridísima Oviedo, me confesó lo siguiente en la barra de la cafetería: “A mí la teología me interesa pero no me importa”, es decir, me dedico con interés a ella pero no vitalmente, si no interpreto mal sus palabras. Su vitalidad estaba en otra parte, en la música, a la que no pudo entregar su vida, pues entraron en juego nuevas coordenadas: la obediencia sacerdotal a las necesidades de la iglesia, el envío que ella hace, la misión que encarga. En este sentido, en tanto que enviado, que misionado, Juan Luis estuvo vocado a la teología, a la que sirvió con excelencia, y no a la música, para la que estaba igualmente dotado.
Con respecto a lo señalado por Ortega el caso de Ruiz de la Peña no nos sirve como ejemplo porque su vocación eclesial coincidía con dotes indiscutibles. Nos sirve, a su muy particular manera, en tanto que su vida vocacional no coincidió con la música, para la que tenía acaso dotes todavía más indiscutibles.

No hay comentarios: