En Galicia, tras un día de calor el verano
nos regala noches espléndidas en las que se podría dormir al raso sin ningún
problema. Uno no llega a hacerlo pero lo que sí hace, si quiere conciliar el
sueño, es abrir puertas y ventanas para que circule la brisa. La noche estival entra
entonces a través de las mirillas de la persiana y la sensación que le embarga
a uno es deliciosa. Es como dormir en una cueva pero a la entrada, para no
quedar fuera del alcance de los susurros nocturnos.
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