El rey Lear cava su propia desgracia al
pedirles a sus tres hijas que, antes de entregarle a cada una la tercera parte de su reino, le declaren cuánto es su amor por él . Las dos mayores, Goneril y
Regan, mentirosas y aduladoras, se lo declaran ampulosamente, desconociendo que
al amor le sienta bien la exageración en tanto ésta no vaya más allá de “un
poquito”, como dijo Antonio Machado: “a las palabras de amor / les sienta bien su poquito / de exageración”. Las
palabras de Cordelia, en cambio, son escuetas, breves, justas por ajustadas,
sin ni siquiera ese “poquito” al que tendría derecho. El rey Lear siente regalado
su oído por la verbosidad -¿no acude aquí como una flecha el “palabras,
palabras, palabras” de Hamlet?- de sus dos hijas mayores y desatiende el regalo
de la menor y mejor de sus hijas, Cordelia, el único que es verdadero porque al,
no cegarla la codicia, no necesita expresar su amor con ínfulas que, en este
contexto, serían siempre impostoras. En la medida en que se ajusta a su límite,
evita la hybris de la retórica y demuestra así que su amor es el más devoto, el
más fiel, el más entregado.
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