Mi sobrina Martina, de cinco años, está coladita por A., de por lo menos quince. Con qué arrobo, sentada en la hierba, lo contemplaba mientras tocaba en la banda en el concierto del día de la música, el pasado 22 de junio. Al final, cuando subieron al estrado antiguos miembros de la banda y los niños y las niñas que se preparan para serlo en el futuro, entre ellas su hermana Sabela, a Martina debió parecerle que también ella podría subir. Sabedora no obstante de que lo amoroso no quita lo cortés, le pidió permiso a Rafa, el director de la banda. ¿Qué le diría? Él, educadamente, se lo denegó. Todo resultó gracioso y conmovedor.
Más tarde la vimos agarrada a la mano de A., que demuestra ser todo un caballero al no desairarla a las primeras de cambio. Todo esto sucedía “na carballeira das Pedrosas”, marco incomparable, que diría un relator convencional. Cuando llegó la hora de la cena, momento en el que había que separarse, Martina, pretextando amores toda compungida, no quiso hacerlo. “Mira, le dije, para cenar él tiene que estar con su familia y tú con la tuya. Además, si estás detrás de él todo el día puede cansarse de ti”. ¿Quién dijo que los niños no son razonables? La convencí.
2 comentarios:
¿Convencerla? ¡Tu lo flipas, fratre!
Lo único que hiciste fue ayudarla a reconocer algo que de manera misteriosa ella sabía pero no quería reconocer.
Convencer a un amujer ... ¡habráse visto!.
Ante tan contundente conocimiento de la condición femeninia, muestro mi total acatamiento, maese Conrad.
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