lunes, 8 de julio de 2013

Me gusta, no me gusta

Mi amiga S. está haciendo un curso de coaching y en él le pidieron que pidiera a varios amigos suyos que le dijesen tres cosas que le gustaban de ella y tres que no le gustaban. Esto es lo que yo escribí:

Me gusta su genio humorístico, puro chisporroteo verbal, gesto y palabra acompañándose, la expresión de la cara cuando es una payasa. A veces se convierte en una niñita y con vocecita angelical e infantil dice: “venga, porfi, porfi, quiero esto, quiero esto”, y junta los deditos y la boquita se le hace un morrito.

Me gusta mucho su gusto estético: su casa es un primor. Refleja su personalidad, exquisita, juguetona y florida en los usos de los objetos decorativos, en la distribución armónica de líneas y colores, en los bibelots que la identifican a ella y sólo a ella y que ninguna otra persona podría tener: las construcciones ingeniosas, los juguetitos articulables. Tiene una gran inteligencia visual. No en vano es aparejadora.

Me gusta la atención que presta, que presta no que da. Sólo los frívolos y los maleducados se desentienden de atender al otro. Sonia, que está muy lejos de ser frívola y malcriada, ofrecerá de entrada un “hola X., ¿qué tal? ¿cómo estás?” pronunciado con hermosa contundencia y que despeja el camino a lo que vendrá, atentamente, después.
 

No me gusta el modo alambicado con que a veces explica las cosas. “Es que pienso con imágenes y no con conceptos”, me dijo una vez, cosa que yo no entiendo muy bien qué significa aunque algo intuyo. No soy capaz de poner ningún ejemplo para fundamentar esto: si me inventase uno ahora no traduciría exactamente lo que acabo de decir, la ridiculizaría sin duda y parecería que soy yo el alambicado.

No me gusta la fobia que le tiene a las cucarachas: creo que es una debilidad o un miedo al que no quiere enfrentarse. Recuerdo una ocasión en la que, de noche, nos encontramos con algunas. Se asustó muchísimo y le parecieron gigantescas. No eran gigantescas, por supuesto: su fobia las sobredimensionaba. Estoy convencido de que lo podría superar si se pusiera a ello.

Tiene otro tipo de contundencia, que a mí me parece afilada aunque bien sé que no lo es y que no me gusta: que haya suprimido el “usted” por el “tú” cuando se dirige a una persona mayor y desconocida. Yo sé que su intención es buena y está bien asentada. Quiere abrir de entrada una cercanía con todos: “todos somos hijos de Dios”, me contestó un día cuando yo le recriminé su uso indiscriminado del tuteo. Tiene razón, pero a mí sigue sin gustarme que lo haga.

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