Dice Marañón en su libro sobre el emperador Tiberio que lo que
hace que las personas resulten simpáticas o antipáticas es su generosidad o la
ausencia de ella, respectivamente. Pero también puede ocurrir que uno sea lo suficientemente
generoso -lo suficientemente simpático- como para no advertir, o pasar por
alto, esa carencia del antipático, de modo que ya no aparecerá como tal. Generosidad
de santo, claro está.
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