Ir o no ir a misa es también cuestión de gustos y de disgustos,
en este caso con respecto al sacerdote: el que gusta puede recuperar a los que
se habían marchado por causa del que no gustaba. En el caso que tengo presente
es perfectamente entendible. El cura de una parroquia de aldea va envejeciendo
y, a causa de la fe infirme y sin humanos asideros de las nuevas generaciones, va
perdiendo el atractivo y la capacidad de enganche que ellas necesitarían para
no bajarse del barco. Llega el nuevo y, no por nuevo sino por tener lo que esas
generaciones precisaban para volver a embarcarse, las recupera. Pasó en C.,
como pasará en tantos otros sitios, una aldea cercana a Silleda, al morir Don X
y venir en substitución de él K, un cura angoleño y saletino de fuerte pegada,
cuyo logro debiera ser dar a luz creyentes con una fe que resista de por vida
todas las “fealdades” de las humanas y eclesiales mediaciones.
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