Que el cuerpo no se haga cómplice de las ideas lúgubres. Que no se frunza el entrecejo ni se tense la mandíbula, que el sosiego facial sea siempre la compañía de un negro pensamiento. Que la mente mal dispuesta no encuentre nunca en el cuerpo un aliado sino un contrario, ese rostro apiadado y fuerte que nada quiere de lobregueces y melancolías.
2 comentarios:
Pero qué difícil.
¿No es a veces mejor plegarse, entregarse hasta que las cosas se pasen realmente? Puede que así luego la sonrisa o el sosiego sean más ciertos, no sólo un reflejo de nuestra (buena) voluntad, sino de nuestro interior.
Por otra parte, rendirse a la tristeza tiene el peligro de quedarse atrapado y, aunque la tristeza sea tan cierta a veces, puede ser sólo autoindulgencia el permitírnosla. No sé.
Ag.
Saludos.
Mi entrada nació de una muy particular experiencia mía, y parece que me funcionó.
Pero, sí, Ag.
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