Viejecito, apergaminado, flacucho. Un hermano cartujo le aplica sobre la espalda, los hombros y los brazos una crema hidratante. Pocas imágenes en mi vida me hablaron más y mejor acerca de la ternura. Esto lo vi en el espléndido documental El gran silencio, de Philip Gröning, que retrata la vida de los cartujos en la Grande Chartreuse, la comunidad de referencia de esta orden, en los Alpes franceses. Hombres que habitan el silencio, se inundan de silencio, crean silencio, de modo que el vacío exterior los atraviese y obtenga el interior, y así se cumpla no sólo el “malas palabras no salgan de vuestra boca” (Ef 4, 29-30) sino también el que ninguna quede dentro buscando aliño. Sanear lo exterior para sanear lo interior, y para que éste, a su vez, revierta sobre el primero y cumpla el ciclo de la sanación. Ni maldad fuera ni dentro, y todo gracias a esa apuesta radical por el silencio, pautado por los rezos, las obras de cada día, en los que Dios se hace visible con toda su fuerza, no en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en la brisa, la que nace de lo callado, de lo apenas bisbiseado, de lo acuclillado en la reverencia muda. A mí no me importaría pasar por la prueba de este silencio riguroso durante una temporada. Creo que sería un bendito descanso del cuerpoalma frente a todo lo que en él es ruido y furia, para salir de él mejorado, con buenas palabras dentro y fuera, con espléndidas reservas de sonoro vacío, de vibrante y animosa mudez.
2 comentarios:
"En la brisa, la que nace de lo callado, de lo apenas bisbiseado, de lo acuclillado en la reverencia muda"
Qué bonita descripción, Suso, válida para todo lo que es auténtico, intenso, profundo, transcendente...
Un abrazo.
Que necesario es el silencio a veces...para encontrar la riqueza de nuestro propio interior, y quizá la propia desnudez...
Un saludo
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