Cogí un libro de un estante, en la habitación de los invitados, y estaba forrado con plástico. Se produjo entonces un instante de magdalena y Proust, muy leve, nada grandioso. Vinieron a mi memoria los días de infancia en que forrábamos los libros escolares, a principio de curso, aquel olor maravilloso que desprendía el plástico duro, el más tieso, el que quedaba casi pegado a las cubiertas de los libros. Vuelvo a ver toda la operación. El despliegue del papel de forrar, la puesta encima del libro, abierto, la tijera deslizándose a su alrededor para cortar el trozo necesario, las dobladuras del mismo sobre los tres lados de cada una de las caras, y, ya por último, los pedacitos de celo que sujetaban el plástico y dejaban guarecido el libro. Y lo que más siento, no es su figura visual o táctil, sino la olfativa, aquel olor de principios de curso que lo ponía en marcha, lo inauguraba, prometiendo alguna que otra maravilla.
3 comentarios:
Muy buena descripción, muy plástica [perdón por el chiste]. Me ha gustado especialmente lo de 'guarecido'
¡qué recuerdos, Suso! Ese plástico que tenía como carga eléctrica y se quedaba además pegadito al libro como si fuera un buzo éste. Y el horror del aironfix transparente que como te descuidaras en pegarlo mal te quedaba hecho un churro.
El olor a nuevo, la novedad, y como no la ilusión del momento, que en un rincon olvidado quedo y que el paso de los años consigue rememorar y despertar algo escondido y un poco olvidado en nuestro interior.
RD.
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