La lectura en Las inclemencias del tiempo, de Andrés Trapiello, de su experiencia en el Panteón de Roma, me retrotrae a la mía, que fue, quizá, o sin quizá, la más gozosa que me brindó la ciudad tiberina. Al entrar y verme acogido por tan inmensa cúpula, con su abertura central, un ojo para el cielo, quedé fascinado y sobrecogido con emoción profunda. Ningún otro lugar romano pidió de mí sentirlo muy despacio, enteramente. Estás bajo una bóveda cuya clave es una ausencia, una abertura que te asciende al cielo o te lo baja a las manos, asentándote al mismo tiempo en una horizontalidad perfecta. Aquí se ha conseguido un espacio esférico sublime, cuya apertura cenital te hipnotiza. Lo miras, te mira, lo miras, te mira, y no te cansas nunca.
1 comentario:
Y enfrente del Panteón un McDonalds...
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