Por unas y
otras (y en las unas y en las otras siempre, de fondo, la falta de sueño)
razones, cuando, a mediados de julio, comenzaron mis vacaciones, me encontraba
un tanto nervioso, cansado y triste. Todas las ganas que, unas semanas antes,
había tenido de ir a Irlanda, desaparecieron de repente. No me apetecía ir a
ningún lado: quería dormir, leer y ver cine. Pasado un mes, y esto nos lleva a
mediados de agosto, pensé que, a lo mejor, una inmensa pereza me estaba
impidiendo salir de mí y realizar un pequeño viaje del que, aunque de entrada
me parecía imposible, volvería contento. ¿Pero cuál? Me puse a pensar. ¿Unos
días de relax total en un hotel maravilloso, con piscinas grandes y
maravillosas y unas vistas ídem? Busqué online, aquí y allí, pero no acabó de
convencerme. ¿Un crucero fluvial, véase Danubio, Rin, Loira, Vesubio? Lo mismo.
Vamos a ver, Suso, piensa, ¿qué te apetece de verdad? Parecióme que ello era ir
a una ciudad en la que se estuviese celebrando un festival de danza
contemporánea y/o música clásica. Sendos telediarios en días distintos me
dieron noticia del de San Sebastián y el de Torroella de Montgrí, en Gerona.
Vistos los programas, me decanté por el segundo. Compré dos entradas, una para
una actuación de Jordi Savall el jueves 17 de agosto y otra para el viernes 18,
una interesante puesta en escena del Stabat
Mater de Vivali a cargo del, para mí desconocido, Soqquadro Italiano.
Después compre los billetes de avión y reservé plaza en un hotel. Según pasaban
los días, las ganas, las medio-ganas y las no-ganas de ir se iban turnando.
Pero, salvo el hotel, ya había hecho el gasto y no cabía vuelta atrás. Además,
me atreví a concertar una cita en Barcelona con mi amigo Armando Pego, a la que
respondió con excelente generosidad, pues era y es mucho mi interés por
conocerlo más y mejor. Pero, dentro de mí, no terminada de afianzarse un deseo
sin fisuras de irme al otro lado de la península. Cuando el fin de semana
anterior al del día de mi partida me veo, ¡por primera vez en mi vida!, con un
catarro estival, ya tuve la excusa perfecta. ¿Cómo iba a ir en estas
condiciones, pobre de mí, colgado de un pañuelo con mocos, a Gerona, la cual
además esos días iba a sufrir el azote de un tremendo calor (segunda excusa)?
Decidido. No había más que hablar. Cancelo mi reserva en el hotel sin coste
alguno y decido que me la refanfinfla perder el dinero del avión y el de las
entradas a las actuaciones en el susodicho municipio gerundense. También pongo
al corriente de mi cambio de ruta a Armando y nos citamos para una mejor
ocasión. ¡Ah, qué felicidad, me quedaba en casita, en mi hamaca, en mi kiwi, en
mis libros, en mi cine! Finalmente, el catarro en cierto sentido resultó ser
providencial pues se presentaron unos asuntos que, aunque se hubiesen resuelto de
igual modo en mi ausencia, se resolvieron más rápidamente estando yo presente.
Y así es como ocurren las cosas, un pasito p´alante, dos pasitos p’atrás…
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