En esta
hora previa a la de la comida me entra un sueño profundo al que no opongo
ninguna resistencia. Me recuesto sobre la hamaca, pongo las piernas sobre la
mesa y duermo la que, por ser a esta hora, mi tío Luis llamaba la siesta del
carnero, acogiéndose a no sé qué tradición. Los cantos del gallo me sacuden
como si fuesen ruidosas trompetas mientras que los trinos de los pájaros me
llevan otra vez al más profundo de los sueños.
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