domingo, 13 de agosto de 2017

¡Es así!

En algún momento de mi ya lejana juventud leí Los Buddenbrok, de Thomas Mann. Cuando, hace un mes, decidí volver a leerla, me di cuenta de que no recordaba de ella ni el más nimio de los detalles. Era la historia de una familia, sí, a través de varias generaciones durante el siglo XIX, la historia de su decadencia, que es como la presenta cualquier sinopsis que uno se encuentre por ahí. Recordaba que era oscura, que abundaban más los acontecimientos luctuosos que los felices. Y esto, en efecto, lo confirmó la relectura. El gran olvido, un olvido en este caso feliz pues permitió una sorpresa igualmente feliz, es que la novela termina con una afirmación rotunda de la resurrección de los muertos. La anciana Sesemi Weichbrodt, tras escuchar el lamento de Antoni Buddenbrok por la pérdida de su esperanza en volver a ver sus muertos: su abuelo, su padre, su madre, su hermano, su sobrino (“la vida, ya sabéis, hace que en nuestro interior se rompan ciertas cosas, que la fe en ciertas cosas se pierda… Volver a verlos… ¡Ojalá fuera así!), 
“se elevó todo lo alto que pudo por encima de la mesa. Se puso de puntillas, estiró el cuello y dio un golpe sobre la mesa que hizo temblar la cofia que llevaba en la cabeza: -¡Es así! (la cursiva es del autor) -dijo con toda su fuerza y mirándolas a todas con gesto desafiante. Allí estaba, vencedora en la dura batalla que, durante toda su vida, había logrado contra las dudas de su mente racional de profesora; jorobada, diminuta e incluso temblando por la firmeza de sus convicciones: una pequeña, categórica y ferviente profetisa”.

2 comentarios:

Cristina Brackelmanns dijo...


Maravillo, ese es el verdadero Credo, el del puñetazo en la mesa y la cofia temblorosa. El victorioso.
Muchas gracias, Suso.

Jesús dijo...

Muchas a ti, Cristina. Un abrazo.