Se hubiese muerto de pena si su hermana no le
hubiese pedido que fuese la madrina de bautismo de su segundo hijo. En tiempos
de fe borrosa o inexistente, que ella se declarase agnóstica era lo de menos.
Tampoco la fe de los padres levantaba muchos palmos del suelo. Así las cosas, a
uno de los presentes le llamó mucho la atención que, al comienzo de la
ceremonia, que presidió un tío de las hermanas, la madrina se santiguase casi
sin proponérselo, como si de manera automática regresase de la infancia un
gesto que entonces había hecho mil veces, pero del que enseguida se avergonzó
como algo impropio de su agnosticismo. ¿Qué habría encontrado debajo de este el
que hubiese sido capaz de arañar su superficie? Más que una fe olvidada una fe
reprimida, que acaso con el tiempo habría de convertirse en un paisaje que, por
ruinoso, se volvería romántico y hasta hermoso, y al que acaso ella habría de
desear volver algún día.
2 comentarios:
Y el padrino dónde anda?
De momento no sé nada de él.
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