viernes, 12 de agosto de 2016

El perdón

Al perdonarle le hubiera gustado que él hubiese olvidado por completo que alguna vez había sido su deudor, así como también le hubiese gustado olvidar él mismo que había sido su acreedor, de modo que, dado que apenas se conocían, cada vez que se encontrasen ninguno de los dos se sintiese incomodo. Una ofensa perfectamente cancelada debiera ser una ofensa perfectamente olvidada, tanto por parte del ofendido como del ofensor, para que todo pudiese comenzar realmente de nuevo. No es ya que debiera desparecer de la cabeza del ofendido el “Tú me hiciste daño un día”, sino incluso el “Yo te perdoné un día”, para que no pudiera esgrimir ante su deudor ningún tipo de reivindicación. Solo así de la cabeza de este podría desaparecer tanto el “Yo te hice daño un día” como el “Tú me perdonaste un día”. ¿O sería esto, de tan puro, inhumano? ¿No debiera sentirse agradecido de por vida el ofendido al ofensor por la cancelación de la ofensa, algo solo posible si ninguno de los dos  olvidase el perdón otorgado y el perdón recibido? Parecía un asunto que solo podría resolverse en otra vida, en otro mundo. 

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