viernes, 5 de agosto de 2016

No seré duda

Cuando se sentó en la arena no miró ni a uno ni a otro lado. Quería estar solo, con su sombrilla, su silla y su libro. Se había traído el último de Trapiello, Seré duda, después de haberse dicho una mil veces que el anterior a este, Miseria y compañía, el dieciocho de la saga Salón de pasos perdidos (Spp), sería el último que leería. Pero no. Al final pudo más la curiosidad y, cosa extraña o quizá no tan extraña, la fidelidad. Se encontró con el Trapiello mejor escanciado, el más claro, él, que ya era un autor que desde siempre había apostado por la claridad, y sin que en esta mayor transparencia la prosa del escritor leonés perdiese un ápice de su exquisita elegancia. Las exageraciones, en literatura y en la vida, están para hacer uso de ellas, y por eso se dijo a sí mismo que Andrés Trapiello era uno de los mejores escritores contemporáneos en lengua española, y si le apuraban, incluso de toda la serie histórica. Pero, ¿era una exageración? Él pensaba que no pero en cualquier caso, qué más da. Tenía ante sí su palabra viva y verdadera, la que solo podía nacer de un hombre que hacía profesión de vida y de verdad. Lo uno nacía de lo otro. Que, de cuando en cuando, le aburriesen algunas páginas no importaba demasiado, como tampoco importa que la vida tenga de cuando en cuando sus días aburridos. Todo el relato que iba desde que, estando en el aeropuerto de A Coruña, recibe Trapiello la noticia de que Ramón Gaya había muerto hasta que, a la vuelta de su entierro en Murcia, estando él y M. de nuevo en su casa de Madrid, llaman a C., que le cuenta todos los detalles de sus últimos días y horas, le había parecido proverbialmente conmovedor y hermoso. A ratos también se había reído mucho con él. Y le agradecía que hubiese sido menos cotilla que otras veces, por más que con este ánimo hubiese escrito excelentes páginas en su Spp. Pero si exigía altura moral a los demás, debía ser coherente y exigírsela también a sí mismo. Le gustaría que Trapiello, llegado el caso, se había frenado a sí mismo a este respecto en Seré duda.
Cuando levantó los ojos el sol ya había cumplido su ruta. Quedaba muy poca gente en la playa. Como muchos, hizo lo propio, recogió sus cosas y se marchó. En el coche, de vuelta a casa, riéndose se dijo: “No seré duda en la próxima entrega de Salón de pasos perdidos”.

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