jueves, 19 de marzo de 2015

Quien insiste gana (a Dios)

“Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, (un funcionario real) fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: ‘Como no veáis signos y prodigios, no creéis’. El funcionario insiste: ‘Señor, baja antes de que se muera mi niño’. Jesús le contesta: ‘Anda, tu hijo está curado’” (Juan 4, 48-49). Insistió una vez el funcionario y su ruego fue escuchado. La mujer cananea, que quería la curación de su hija (Mateo 15, 21-28), se la pidió a Jesús: “Ten compasión de mí, Señor” (v. 22). Jesús “no le respondió nada” (v. 23). Los discípulos interceden entonces en su favor y “él les contestó: ‘Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel’” (v. 24). La madre insiste: “Señor, ayúdame” (v. 25). Pero Jesús le responde: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” (v. 26). La madre insiste de nuevo, ahora con un argumento de peso: “Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Y, ahora sí, Jesús cumple su deseo y su hija queda curada.
Con Jesús, quien insiste gana. ¿No es acaso lo que él mismo enseñó con la parábola del amigo inoportuno: “Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’; y, desde dentro, aquél le responde: ‘No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos’; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite” (Lucas 11, 5-8). A Dios hay que molestarlo, con él hay que ser inoportuno: sólo así no lo molestamos, sólo así somos oportunos. Quien insiste e insiste gana.
Es precisamente esta fe insistente, “molesta e inoportuna” la que querría encontrar el Hijo del hombre en su segunda venida: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra” (Mateo 18, 8), la de los “que claman ante él día y noche” (v. 7) Está perícopa había comenzado, en el versículo 1, así: “Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer”, y en la parábola volvemos a encontrar la “molestia” y la “inoportunidad”, es decir la insistencia: “Como esta viuda (habla el juez) me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme” (v. 5).
Ya que acabo de volver a ver Ordet, de Carl Theodor Dreyer, traigo a colación el siguiente diálogo entre el patriarca Borgen y su nuera Inger:
Borgen:
He esperado tanto a que se cure (su hijo Johannes), que creo que no se curará nunca.
Inger:
¿Por qué piensas eso?
Borgen:
Hoy en día ya no existen los milagros.
Inger:
Nada es imposible, si se lo rogamos a Dios.
Borgen:
He rezado y rezado, Inger.
Inger:
Debes seguir rezando. El propio Jesús nos dijo que todo lo que se rezara, nos lo concedería.
Borgen:
Lo sé, Inger, Lo sé. ¿Pero de qué han servido mis plegarias?
Inger:
¿Qué sabes tú del fruto que han podido dar tus oraciones? Reza y sigue rezando, aunque no le encuentres sentido.

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