miércoles, 31 de diciembre de 2014

La inmortalidad del alma

La inmortalidad del alma es la condición que Dios se crea a sí mismo para que la resurrección de un hombre no le exija crearlo de nuevo. Es el brasa de ser desde la que Dios recupera todo el ser, ese algo del hombre que no muere gracias al cual la resurrección no es nunca sensu stricto una re-creación sino un levantamiento de quien está postrado, postergado, “dormido”. La muerte no aniquila al hombre pues ello supondría que tendría más poder que Dios. Lo abate completamente pero no lo destruye; queda un rastro, un resto, un alma inmortal en este sentido, el hueso que Dios no necesita crear de nuevo y al que le basta con revestir de carne, gloriosa, resucitada. Lázaro muerto seguía siendo Lázaro, y por eso pudo oír la llamada de Jesús: “Lázaro, sal afuera”. La inmortalidad del alma es la capacidad que Dios le otorga al hombre para que, muerto, pueda oír la voz de su padre cuando lo llame a la vida nueva: “Hijo mío, levántate”.

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