Desde el momento en que el ofensor cancela
su deuda con el ofendido deja éste de ser su némesis: ya nunca podrá el primero
sentir el recuerdo de la ofensa infligida al segundo porque éste la ha “olvidado”,
es decir, le ha perdonado. Si para el ofendido ha “desaparecido” la ofensa
entonces también para el ofensor ha desaparecido. Han dejado de ser ofensor y
ofendido: son, ya sólo, hermanos, porque el amor “no la recuerda (la ofensa)”.
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