A un converso la iglesia no le va a pedir
que se saque los piercings ni que se borre los tatuajes, como no le pide a ninguna
mujer que no se pinte los labios ni que se saque los pendientes. Andando el tiempo
ya decidirá él si son o no superfluos y vanos, si estorban o no su crecimiento
espiritual, si ofrece o no un aspecto de sí mismo que no se compagina con la
identidad interior que lo va configurando. Uno puede decidir que sólo llevará
colgada al cuello una cruz; un segundo que sólo la llevará tatuada en su
antebrazo; un tercero, que tal será el piercing que se ponga en la oreja.
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