De un tiempo a esta parte soy más sensible a lo que tantas
mujeres vienen reclamando desde hace años: que el vocablo “hombre” refiera la
parte de un todo y no el todo, es decir, que se acepte que es una metonimia. No
creo que las leyes de la etimología y de la semántica tengan que ser
inmutables. En esta cuestión estoy de acuerdo con Rosa Montero cuando dice que
la lengua es como una piel que se va adaptando a la realidad, siempre
cambiante.
Pero justo aquí comienza un arduo y complejo
debate sobre hasta qué punto en unos supuestos estamos ante una legítima y
necesaria flexibilización del lenguaje y en otros ante una violación del mismo.
El vocablo “matrimonio” al incluir en el presente también las uniones entre homosexuales
es hoy el mejor ejemplo: ¿estamos ante una flexibilización o ante una violación
del término “matrimonio”? ¿Cuándo se conculca una realidad y cuándo no al dejar
que quepan otras nuevas en el significado de una palabra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario