Fue
en pleno duelo tras su divorcio cuando conoció a E., que le brindó apoyo y alivio. Más tarde,
cuando ella lo necesitó, fue él quien le correspondió con las mismas armas. Lo
uno y lo otro los hizo grandes amigos. E. me puso en antecedentes con respecto
al enamoramiento en el que anda ahora flotando. Se trata de una compañera de
trabajo y él ya ha iniciado su cortejo. Mi amiga S., amiga de E., y ya después
amiga también de él, es, digámoslo así, su tutora en estos primeros lances
amatorios. Resultó enternecedor oírle contar la historia de la margarita
encontrada en la calle y convertida después, tras un previo proceso
embellecedor, en la carta de presentación de su amor. Y es que ella, claro, se
llama Marga. No hacía ni siete horas que lo conocía, tras presentármelo E., y
ya le estaba pidiendo, al despedirnos, que permitiera a S. y a E. que me
mantuvieran al corriente de su aventura amorosa.
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