No me parece apropiado
calificar de altoplano la etapa de mi vida en la que ahora estoy -48 años-,
porque en él sopla un viento fuerte que te empuja y te hace avanzar muy rápido,
figura de un tiempo que seguiría pasando vertiginosamente. Se trata más bien de
un bajoplano en el que el aire se mueve con lentitud: un tiempo, quién lo
diría, de nuevo remansado, como el que vivimos cuando somos niños.
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