miércoles, 10 de abril de 2013

Alcanfor numantino



Se quejaba, y no le faltaba razón, de las defensas de la familia que huelen a alcanfor numantino, que sacan pecho a lo Cid Campeador con pose calculada. A su supuesto enemigo más que identificarlo lo desorbitan, y hasta parece que llevarían mal no tenerlo pues entonces no podrían blandir su espada. Yo vuelvo a acordarme de lo que ya escribía Gregorio Marañón en su Amiel en 1932: “El miedo de la sociedad pacata a que desaparezca la familia y se hunda el mundo cada vez que éste da un estirón (una revolución) en su crecimiento, es tan antiguo como la creencia de la venida inmediata del Anticristo, del fin del universo, etc. Leyendo el estudio sobre Rousseau, en los Essais critiques, de Amiel, recordábamos que una de las preocupaciones del gran revolucionario del siglo XVII era, precisamente, el peligro en que, según él, se encontraba la sociedad, porque, decía, ‘la familia está comprometida, no existe vida doméstica verdadera, la galantería es una práctica universal y casi un honor el adulterio’. Ahora, casi dos siglos después, nuestros obispos católicos se lamentan de lo mismo y con las mismas palabras que el pensador ginebrino. Ni entonces, ni ahora, ni nunca le pasará nada fundamental a la familia”.

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