Decimos de la muerte que es “algo natural”. En cierta medida lo es, y debiera serlo en toda, pero la aparición del pecado lo ha impedido. Por él, todas las uniones que constituyen al hombre se han agrietado, también la que tiene con la muerte, que tendría que ser el pasaje delicioso -la hermana muerte de San Francisco de Asís- por el que hombre saldría de este pequeño paraíso (el que debiera ser este mundo) y entraría en el grande. Productor de todas las rupturas: con Dios, consigo mismo, con el hermano, con la tierra, el pecado produjo también la del hombre con la muerte. La que fue paso natural y ascendente en la hora edénica, ha devenido puente roto sobre el abismo. Ahora es la gran enemiga, a la que vamos venciendo.
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