Este año Meryl Streep ha recibido
su vigésima nominación a los óscar, y vendrán más en años próximos, eso seguro.
Yo me uno a todos los que afirman que es una actriz sobrevalorada. Es muy
buena, de eso no cabe duda, y a mí me gustó muchísimo en Kramer contra Kramer, Silkwood, Los
puentes de Madison, Las horas y El diablo se viste de Prada. Lo que no
me gusta de la Streep es que, teniendo una técnica perfecta, no consigue que no
se note que la tiene. Esto le quita magia, verdad, espesor, a muchas de sus
interpretaciones. Su tan alabada interpretación de Margaret Thatcher, por
ejemplo, que le valió su tercer óscar, fue, sí, una genial imitación, pero solo
fue imitación y no recreación, salvo quizá en la parte que cuenta los últimos
años de vida de la premier británica, cuando ya padecía los efectos del
alzheimer. Recuerdo que por esas fechas, recién estrenada la película, Elvira
Lindo comentaba esto mismo y hacía valer su argumento contraponiendo a la
interpretación de la Streep la de Julianne Moore en el personaje de Sarah
Palin, la cual, más que un calco genial, lograba la recreación vívida de esta
política estadounidense.
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