jueves, 19 de enero de 2017

Los lleva puestos

Yo me mostré muy contento cuando supe que todos mis sobrinos de Silleda querían ir al entierro del tío Luis. “Le va encantar”, les dije. Y no paré aquí. “Oye, y, salvo que os horripile, acercaos a verlo en el féretro. Os resultará muy educativo”. Al día siguiente, cuando entraron en el velatorio, sin duda ni arredro alguno, se aproximaron al ataúd y, más que mirarlo, lo escrutaron. “¿Qué te parece, Martina?” Martina tiene nueve años y es un encanto de niña. “¡Uy, qué mal rollo!”, me contestó. Mal rollo sí, pero no una sino varias fueron las veces que se acercó a contemplar el cadáver de su tío abuelo.
El día anterior habíamos ido mi madre, mi hermana María y yo a velarlo. Al entrar en la habitación, no tardé nada en situarme junto el ataúd para observar su cadavérico rostro. Su expresión era apacible pero, como le faltaban las gafas, resultaba un tanto irreconocible. “Pensé en ponérselas”, me dijo Arsenio, el superior, “y también el bastón, su gran aliado en estos últimos tiempos”. “Oye, no dudéis en quedaros con unos zapatos que se compró en Silleda estas Navidades y que deben de estar casi nuevos. A alguno le servirán”. “Los lleva puestos”. ¡Qué gran tipo Arsenio! Le entristeció que no quedáramos toda la familia a comer con ellos. Insistió hasta la saciedad, convencido de que las dos familias de mi tío Luis debiéramos sentarnos y sentirnos juntos el día de sus exequias. Le prometí que otro día, más adelante, vendríamos a disfrutar de sus agasajos. Espero no faltar a esta promesa. Bien lo merecen sus extraordinarias dotes como anfitrión, su simpatía innata, sus ocurrencias sin descanso.

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