Si alguna duda me quedaba, la
relectura de El mal, del teólogo
lovaniense Adolphe Gesché, me ha confirmado en la idea de que el mal es absolutamente
irracional e inexplicable. Lo que Gesché consigue de modo insuperable es hacernos
ver por qué es así. Ni siquiera la teología, que en este punto puede y debe ir más
allá que la filosofía, es capaz de dar una respuesta a la pregunta de por qué el
mal existe. Echando mano del tan sencillo como profundísimo relato del Génesis,
solo se podrá decir dos cosas: que hubo un agente tentador, exterior al hombre, la serpiente; y, en
segundo lugar, que Eva y Adán cayeron en la trampa, es decir, que pecaron. Pero
la irracionalidad persiste y el relato del Génesis, más que responder a un
“¿por qué?”, relata un “fue así”. Todos damos testimonio de esta irracionalidad
cuando, ante un acto malvado, nos decimos: “Pero, ¿cómo fue capaz, por qué lo
hizo, qué le paso por la cabeza? Debía de estar loco”, etc., etc., etc. En última
instancia terminamos por apelar a la locura, es decir, a la anormalidad, a la
irracionalidad, para tratar de entender lo que es absolutamente ininteligible.
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