Los animales no tienen derechos
porque no están en condiciones de exigirlos. Lo que sí obtienen es nuestra
obligación de cuidarlos y evitarles sufrimientos innecesarios. Hablar de “los
derechos de los animales” es una inexactitud filosófica pero a los animalistas
“inexactos” no parece preocuparles esta nimiedad y entienden que solo
otorgándoselos queda garantizado su bienestar. Si tuvieran el gusto por el
matiz, en definitiva, por la verdad, entenderían que no se puede quebrar
impunemente la escala ontológica y axiológica y laminar al hombre para que baje
de su falso puesto superior y quede a la altura del resto de los animales. Así
perdemos todos, porque bien pudiera ocurrir que llegara el día en que salvar a
un perro antes que a un niño, si se diera el caso de que solo pudiésemos salvar
a uno de los dos, no fuese la mayor de las indecencias.
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