La inmortalidad del alma es la condición que
Dios se crea a sí mismo para que la resurrección de un hombre no le exija crearlo
de nuevo. Es el brasa de ser desde la que Dios recupera todo el ser, ese algo
del hombre que no muere gracias al cual la resurrección no es nunca sensu stricto una re-creación sino un
levantamiento de quien está postrado, postergado, “dormido”. La muerte no
aniquila al hombre pues ello supondría que tendría más poder que Dios. Lo abate
completamente pero no lo destruye; queda un rastro, un resto, un alma inmortal
en este sentido, el hueso que Dios no necesita crear de nuevo y al que le basta
con revestir de carne, gloriosa, resucitada. Lázaro muerto seguía siendo
Lázaro, y por eso pudo oír la llamada de Jesús: “Lázaro, sal afuera”. La inmortalidad
del alma es la capacidad que Dios le otorga al hombre para que, muerto, pueda
oír la voz de su padre cuando lo llame a la vida nueva: “Hijo mío, levántate”.
miércoles, 31 de diciembre de 2014
martes, 30 de diciembre de 2014
El frío
El frío ha llegado con el invierno, no
antes; sin capricho, se ha ajustado este año al almanaque. Es un frío solar y
azul, despejado, que curte las carnes y deja hielo en las hierbas. Así lo he
observado esta mañana mientras venía en el coche al instituto, mantos de plata
a un lado y a otro de la carretera. Siempre he pensado que este frío comedido,
en torno a los cero grados, es saludable, porque espabila las naturalezas y los
caracteres. No tolera las personalidades muelles, tornadizas, untuosas: llama a
la rectitud, impone la reciedumbre. Da un nombre exacto a las cosas, les
confiere una cualidad estatuaria. Es imperativo, regidor, mandatario.
lunes, 29 de diciembre de 2014
El retiro
¿Se retira la realidad, se retiran las
palabras, se retiran los ojos, cuando uno se queda seco y huero? A uno le
siguen pasando cosas, las normales de cada día, pero, de repente, ninguna pide
ser nombrada, imaginada, como si de ellas se hubiese ausentado la sustancia que
habían tenido hasta hace bien poco. Nada te solicita ni sabes tú ser su mentor.
viernes, 26 de diciembre de 2014
Día bien pintado
En invierno vuelve el que yo llamo “día
quieto”, siempre un día frío, pleno de sol y luz, en el que no corre el aire, esencial,
puro. Las personas y las cosas son más exactas, están más y mejor perfiladas,
como si fueran diamantes. Son días “realistas”, en las antípodas del impresionismo,
del sfumato, del surrealismo, del hiperrealismo, del expresionismo. Hay línea,
perspectiva, volumen, masa, color: el día quieto es un día bien pintado.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
Rosetta
Rosetta lleva como puede la bombona de gas que acaba de
comprar a la roulotte donde vive con su madre. Quiere consumar la muerte de
ambas que, en un primer intento, impidió una bombona vacía. La habíamos visto a
lo largo de la película de los hermanos Dardenne, Rosetta (1999), buscar un empleo como una cosaca. Al final lo
consigue, en un puesto callejero de venta de crepes y bebidas, antes atendido
por su amigo Riquet, tras acusarlo ante el dueño del puesto de vender también
tortas hechas por él en su casa. Consumada la traición, Rosetta pasa a ocupar ahora
su lugar. Ya antes había estado a punto de dejarlo morir ahogado cuando, tras
ayudarla a recuperar unas rudimentarias artes de pesca, resbala y cae a un río
cuyo suelo cubierto de lodo hace imposible hacer pié en él: si él muere Rosetta
obtendrá su puesto de trabajo; in extremis,
superada la tentación, lo salva.
En su segundo día de trabajo, tras cerrar el tenderete,
aparece Riquet con la moto. Ella escapa y, tras una fatigosa huida, al final la
alcanza. Él la agarra por las solapas de su chaqueta, la zarandea, ella se
defiende y tiene lugar el siguiente diálogo:
-¿Por qué lo hiciste?
-¡Vamos, pégame!
-¿Por qué lo hiciste?
-Para tener trabajo.
(Aquí Riquet se calma, al comprender que Rosetta lo delató
llevada por sus ansias de sobrevivir y no por otra cosa, no por ejemplo por un
odio o crueldad gratuitos).
-¡Déjame pasar! Cuando caíste al agua, ¡no quería sacarte!
-¡De todos modos me ayudaste!
(Y así le hace ver a Rosetta que tiene entrañas humanas, que
es más que una mercenaria en una guerra en la que se puede delatar a un amigo).
-¡Déjame pasar!
Rosetta llega a su roulotte y allí se encuentra, desplomada en
la escalerilla exterior, a su madre, una mujer alcohólica que se lo monta cada
dos por tres con el dueño del parking. La levanta y la arrastra hasta su cama.
Sale después y se dirige a una cabina telefónica: llama a su patrón y le dice
que no volverá a trabajar. Rosetta ya no puede con su vida: decide ponerle fin
y también a la de su madre, que no podría sobrevivir sin ella. Y así regresamos
al punto de partida, cuando la veíamos llevar a duras penas una bombona de gas
llena. Cuando está a pocos metros de la caravana, y mientras se oye el ruido de
una moto que se acerca, cae al suelo, extenuada. Alguien la ayuda a levantarse:
es Riquet. Rosetta, de pie, lo mira y sabemos que la ha levantado también de su
desesperación.
“¿Sobre qué son nuestra películas? Son sobre personas que
están solas y tienen un encuentro con otro que les ofrece una salida. Son
personas que están en situaciones extremas, que son capaces de matar para
encontrar su lugar en el mundo y vivir la felicidad que se imaginan. Es
finalmente sobre gente que descubre la amistad, el amor, la solidaridad, el
tener la necesidad del otro. Finalmente es eso”. Lo dijo uno de los hermanos
Dardenne, Jean-Pierre, en una masterclass en Buenos Aires, el año 2011. Además
de Rosetta (1999), ahí están La promesa (1996), El hijo (2002), El niño
(2005), El silencio de Lorna (2008), El niño de la bicicleta (2011) y la
última, que todavía no he visto, Dos
días, una noche (2014), para mostrarlo.
Cine excelso, de primera categoría, humanista, verdadero, el de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, notarios de una lucha por la vida en la que, tras imprevistos recodos, cuando era posible elegir mal, se elige en cambio bien gracias a la presencia de una voz y un rostro que nos da o nos reclama ayuda.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
sábado, 6 de diciembre de 2014
Dolores de parto
Quiero estar totalmente concentrado, tener
siempre una conciencia completa e impedir que nada altere el sosiego de mi
espíritu. En realidad quiero gozar ya de un cuerpo glorioso, donde el control y
la espontaneidad coincidan y hablar sea lo mismo que callar. Incluso en
momentos en los que se está razonablemente bien, es una pequeña cruz no vivir
ya en el paraíso, y el cuerpo gime con dolores de parto mientras espera su
resurrección.
viernes, 5 de diciembre de 2014
No la recuerda
Desde el momento en que el ofensor cancela
su deuda con el ofendido deja éste de ser su némesis: ya nunca podrá el primero
sentir el recuerdo de la ofensa infligida al segundo porque éste la ha “olvidado”,
es decir, le ha perdonado. Si para el ofendido ha “desaparecido” la ofensa
entonces también para el ofensor ha desaparecido. Han dejado de ser ofensor y
ofendido: son, ya sólo, hermanos, porque el amor “no la recuerda (la ofensa)”.
martes, 2 de diciembre de 2014
Suscribirse a:
Entradas (Atom)