Dios
es desconcertante,
escribe más de una vez Javier Gomá en Necesario
pero imposible, siempre en cursiva. No pocas veces se le habrá aplicado a
Dios este adjetivo dentro de la tradición cristiana. Pero lo entenderíamos mal
si pensásemos que le es esencial a Dios desconcertar al hombre, sorprenderlo
por aquí cuando éste lo esperaba por allí, como si jugase con él al escondite.
Precisamente a esto, al escondite, no ha jugado, toda vez que se ha revelado
del todo y para todos en el Hijo. Hablaríamos por eso con más propiedad si
dijéramos que Dios nos desconcierta porque, dadas la profundidad y libertad
infinitas de su amor y su sabiduría, es inevitable que lo haga, en beneficio
siempre de una paz que nos sane con mayor fuerza cada día.
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